miércoles, 31 de agosto de 2011

3 historia

Mi verdadero nombre no os diría nada, si lo mencionase os preguntaríais “¿Quien es ese tío? No me suena de nada.” Pero algunos de vosotros tal vez recordéis a “A. van Helsing” el seudónimo con el que firmaba mis novelas de vampiros, que alcanzaron cierta fama hace algunos años.

Como me río ahora de los vampiros literarios. De los vampiros de las novelas góticas, que huían de los ajos y las cruces y se ocultaban de día en frías criptas en cementerios abandonados. Y de los vampiros de las novelas modernas, todos muy bellos viviendo rodeados de lujo, melancólicos y románticos. Incluso me río de mis propias creaciones, todo y que eran mucho más cercanas a la realidad.

Os preguntareis como puedo hacer esta última afirmación. Tal vez suene presuntuoso decir que mi visión de los vampiros era más real que la de otros autores, pero he podido constatarlo de forma empírica. Veréis...ahora soy un vampiro.
Todo empezó cierta noche de junio en que me encontraba en la terraza de un conocido bar del centro. Estaba tomando notas en una libreta, un esbozo de mi siguiente novela. Siempre empezaba mis creaciones en papel, me ayudaba a concentrarme en lo que hacía y hasta que no tenía una idea clara de como se desarrollaría el relato no tocaba el ordenador.

Puedo oírlos desde aquí.

Miré al hombre que había hablado. No le había visto sentarse a mi lado y lo atribuí a mi concentración en lo que escribía.

¿Como dice?

Los engranajes de tu cerebro. Puedo oírlos desde aquí. Tu mente no para quieta, ¿eh?.

Lo observé detenidamente. Aparentaba unos 30 años. Tenía un rostro agradable, de ojos oscuros de mirada profunda, nariz pequeña, labios carnosos y pelo negro y largo que le caía hasta los hombros. Vestía un traje claro y una camisa blanca que llevaba desabotonada casi hasta la cintura. Era un hombre atractivo a pesar de la gran palidez de su piel.

¿Quien es usted y que quiere de mi?
Ya estaba acostumbrado a un cierto grado de fama y no habría sido la primera vez que un fán me pedía un autógrafo.

Quien soy no tiene importancia, digamos que soy un fán. He leído tus novelas, me encantan tus personajes, son muy reales.

¿Reales? ¡Por amor de Dios, son vampiros! ¿Como van a ser reales?

¿Es que no crees en los vampiros?

Claro que no. Son un mito. Un mito que me da de comer, es cierto, pero no por eso voy a creer en ellos.

El hombre se puso a reír al oír mi respuesta como si le hubiera contado un chiste. Al hacerlo mostró su dentadura en la que resaltaban dos largos colmillos que sobresalían como un centímetro del resto. Había oído que algunos frikis de los vampiros se cambiaban sus propias piezas dentales por prótesis fijas para parecerse a los personajes de su obsesión, pero nunca me había encontrado con uno.

Que curioso, tu acierto a la hora de describirnos me hizo pensar que habías conocido a uno de nosotros.

Y ahora me dirá que usted es un vampiro.

Desde hace casi 200 años.

Esta vez el que se rió como de un buen chiste fui yo, pero eso no desanimó a mi interlocutor, esperó tranquilamente, con una sonrisa en los labios, a que cesase mi ataque de risa.

Ya veo que no me crees. Pero puedo demostrártelo.

¿Como?

Hoy aun no he cazado. ¿Te gustaría acompañarme?

Dices que mis personajes son como los vampiros reales.

Si.

Mis personajes ocultan al mundo su condición. Son muy cuidadosos en ese punto. Y ahora tu quieres mostrarme como cazas. ¿No es eso una incongruencia?

Si, pero ya te he dicho que soy uno de tus fáns. Me gustaría que me vieras en acción.



Tal vez aquí deba hacer un inciso para explicar a aquellos que no habéis leído mis novelas (no os guardo rencor por ello), como son los vampiros que en ellas aparecen.

Mis vampiros no actúan como los de otros autores. No son terribles y patéticos como en las novelas góticas, ni hermosos y melancólicos como en las novelas más modernas.

Mis vampiros se comportan como gente normal.

Con la simple particularidad de que viven de noche y se alimentan de sangre humana, se comportan igual que vosotros. La mayoría tienen empleos anodinos como taxistas en turno de noche, vigilantes nocturnos, etc. No lo necesitan realmente para vivir, pero les ayuda a pasar desapercibidos.

El dinero que ganan en sus empleos lo gastan en lo mismo que vosotros. Renuevan su vestuario, pagan el alquiler... compran música o van al cine. Igual que vosotros. Esos empleos nocturnos, además, les dan la escusa perfecta ante sus vecinos para salir solo de noche.

No precisan de lugares secretos de reunión para relacionarse entre si, ya que cuando dos vampiros coinciden en algún lugar, se reconocen entre si como lo que son, aunque no se hayan visto nunca hasta ese momento.


Los ajos, las cruces, la plata,...no les afectan más de como afectarían a un humano. En cuanto a las estacas, si, son efectivas, pero... ¿que creéis que os pasaría a vosotros si os clavasen una estaca en el corazón?


Fin del inciso.



Acepté la propuesta del desconocido, que finalmente se presentó como Marcos. Tenía curiosidad por ver que clase de pantomima me había preparado para convencerme de que era un vampiro auténtico.

Marcos insistió en invitarme y depositó sobre la mesa un billete que pagaba con creces mi consumición. Sin esperar el cambio, me indicó que le siguiera.

Nos introdujimos en el casco antiguo, un laberinto de callejuelas estrechas y oscuras. Marcos parecía conocer la zona, ya que se movía por allí como si supiera adonde iba.

Nos paramos ante un callejón más estrecho y oscuro que la mayoría.

Este es un buen lugar, ven.

Le seguí hasta el fondo del callejón que acababa bruscamente en un muro.

¿Es aquí donde cazarás a tu próxima víctima?

Si.

¿Y como piensas atraérla hasta aquí?

No lo has entendido, ya he atraído a mi victima.

Antes de darme cuenta ya me había inmovilizado contra la pared. Note como clavaba sus colmillos en mi cuello mientras su mano apretaba mi tráquea para impedirme gritar.

Poco a poco fue succionando mi sangre mientras yo sentía la vida escapar de mi cuerpo con cada sorbo de ese monstruo. Finalmente me soltó y caí al suelo sin fuerzas.

Me miró con una sonrisa y pude ver como su piel absorbía las pocas gotas de sangre que su boca había dejado escapar.

Ya sabes lo que viene ahora, ¿no?

Le dirigí una mirada interrogativa. No estaba muy seguro de a que se refería.

Puedes morir aquí, en este maloliente rincón, o puedes seguir viviendo...para siempre.

Sacó una pequeña navaja de su bolsillo y se hizo un corte en el antebrazo.

Tu elijes.

Mire la sangre correr por su pálida piel y me pareció que brillaba con luz propia, y sentí su olor, un olor que se me antojaba dulce como la miel.

Acerqué los labios a la herida y succioné con fuerza, el sabor era tan dulce como había supuesto. Bebí largamente, con glotonería, después perdí el conocimiento.



Desperté tumbado en una cama, en una habitación completamente a oscuras.
Como en mis novelas, los ataúdes no eran necesarios, bastaba con impedir la entrada del sol en una habitación.

Volvía a ser de noche, aunque la ventana estaba bien tapada con una tabla de madera, de alguna manera lo sabia.

Y por primera vez, sentí la Sed.

Marcos entró en ese momento en la habitación y me sonrió.

Ven, ya es hora, nos vamos de caza.

Cazamos juntos esa noche y la siguiente y la siguiente a esa...

Viví y cacé junto a Marcos durante casi un año, entonces lo abandoné. El me enseñó como sobrevivir con mi nueva condición. Eso es algo que nunca dejaré de agradecerle, pero también me hizo lo que soy ahora y eso es algo que nunca podré perdonarle.

Ahora vivo en otro país. He adoptado otra identidad, pero para ganarme la vida sigo escribiendo. Entrego mi trabajo por correo electrónico y cobro mis honorarios directamente en mi cuenta del banco. Le conté a mi nuevo editor que tengo una rara enfermedad que me obliga a permanecer aislado, así no tengo que asistir a ninguna rueda de prensa o convención.

No he vuelto a escribir ninguna historia de vampiros. Ahora escribo novelas románticas bajo seudónimo femenino y lo más divertido es que se venden mejor que las otras.

Por las noches cazo y me alimento. Aún no he convertido a nadie ni tengo intención de hacerlo. Pero nunca se sabe.

Si alguna vez uno de vosotros cree ver en alguna calle oscura a aquel escritor de novelas de vampiros que tanto os gustaban, no os acerquéis a pedirle un autógrafo. Lo mejor que podéis hacer es dar media vuelta y huir como si vuestra vida dependiera de ello.

Por que así será.

historia de miedo por Iraia

Era una tarde de invierno. A pesar de ser las 18:30, la noche estaba cerrada. No había luna en el cielo, y las luces de la ciudad ocultaban cualquier destello que las estrellas pudieran enviarnos. El cielo tenía un tono anaranjado, típico de las grandes aglomeraciones urbanas. Típico de mi ciudad.

A 2000 Km, mi familia, preparándolo todo para pasar la navidad. Mi madre, mi padre, mis hermanas, primos, tíos... todos, y yo...aquí, sola. Aunque mi jefe me juró el año pasado que esta navidad la pasaría con lo míos, algo me decía que iba a recibir una llamada de ultima hora que evitara que me subiera a ese avión que debería llevarme junto a los míos. Y como si de una premonición se tratase, ring, ring!!!, “A mi despacho, por favor”... Una vez mas, a trabajar la mañana de nochebuena.

Después de discutir con él, de asumir que esta navidad también la iba a pasar sola, y de llamar a mi madre para disgustarla de nuevo, me fuí de mi oficina hecha una furia rumbo al coche.

La verdad es que, pensándolo bien, hay varios sitios mas adecuados para que una mujer sola aparque su coche sin tentar a la suerte, pero yo siempre he sido un poco especial, rarita. Me encanta la zona del rio, tan solitaria, tan tranquila. Desde allí incluso se puede apreciar la luz de las estrellas más brillantes. Las estrellas... quien fuera una de ellas...

Siempre he destacado por ser torpe, cualquier cosa que cae en mis manos termina irremediablemente en el suelo, hecho añicos. Y como no podía ser de otra manera, el móvil aterrizó debajo de un coche, con la batería por un lado, la tapa por otro y el resto... a saber... Al levantarme del suelo, un movimiento extraño en el callejón llamó mi atención. A simple vista la escena parecía normal, un tipo con una rubia dándose el lote, pero...algo tenía la rubia que no era...que no era de personas...vivas... parecía un peso muerto. Y como la suerte no suele acompañarme, él levantó la vista y me vio. Por unos segundos dejé incluso de respirar. Se acercó a mi con un movimiento irreal, como si fuera un fantasma de una película de terror japonesa. En un segundo estaba situado delante de mí, mirándome con curiosidad. Su cara, tan blanca... la toqué suavemente, estaba frió y era duro como una piedra. Blanco como la luna. Hermoso. Su pelo, muy suave, cálido, en contraposición con el resto de su ser. Y de repente, me dejó desconcertada... me olió... mi pelo, mis manos, mi cuello... giró sobre sus talones y desapareció con el cuerpo de la pobre rubia, que yacía en el suelo desde hacía un rato. Y yo allí, preguntándome si acababa de alucinar o si lo que había visto era real.

A lo tonto, se me había hecho muy tarde, y caminar sola por esas calles... En un segundo alguien me agarró del pelo y me lanzó contra el suelo. Me quitaron el bolso y empezaron a pegarme. Uno de ellos se tumbó encima y justo cuando uno de ellos se preparaba para hacerme lo peor, el pánico se reflejó en su rostro. Me levanté rápidamente y les miré, deseando que les pasará lo peor. Algo había detrás de mí que los tenía verdaderamente aterrorizados. Algunos ya habían emprendido la huida, otros, estaban simplemente paralizados.
Me volví lentamente, y allí estaba él. Justo detrás de mi. Su silueta negra se recortaba en la calle. Su mirada impasible estaba fija en mi, fría, terrorífica. Su comisura empezó a curvarse, y apareció la sonrisa más diabólica que jamás había visto. Lo dos sabíamos qué era lo que iba a pasar. Lo más terrible es que yo le devolví una sonrisa igual de diabólica que la suya.

Hubo una autentica carnicería. Los pocos delincuentes que no habían huido yacían en el suelo desangrados. Y yo, sin inmutarme, recogí mi bolso y reanudé el camino hacia mi coche. Me iban a robar, violar y posiblemente matar. Yo misma lo hubiera hecho de haber tenido fuerza suficiente. Justo en ese instante me dí cuenta de que mi alma era como la suya, mi sitio estaba con él, en su mundo. De repente, sólo podía pensar en ser su compañera. Estar siempre con el. Lo sé, era una locura, ni si quiera sabía su nombre!!!. Estaba dispuesta a dejarlo todo, familia, amigos... alimentarme de los que habían significado algo para mi... pero... esa sensación, ese deseo que me empujaba era más fuerte que yo, era necesidad, sólo deseaba quedarme con él. Y él lo sabía, el sentía lo mismo.

Se me acercó, me abrazó suavemente. Tomó mi cara entre sus manos y me miró a los ojos. Sin mediar palabra, se inclinó sobre mí, me besó, y a continuación, un dolor intenso en el cuello y luego...nada. El final de mi vida como humana, el principio de otra etapa.
Hoy es 23 de diciembre y nunca más pasaré sola la navidad.
Iraia.

una historia de miedo

Abrí los ojos. Tenía el cuerpo entumecido y magullado y estaba desorientada. Me encontraba en el centro de una habitación sin ventanas que olía a cerrado, iluminada únicamente por una triste bombilla, justo en centro, lo que provocaba que, todo aquello que se hallaba fuera del círculo de luz, fuera para mi un mundo desconocido.
Tampoco podía moverme. Mis tobillos y muñecas estaban esposados a una silla de metal, que a su vez, estaba atornillada al suelo. No sabía cuanto tiempo llevaba allí encerrada, ni quién me tenía retenida.
Y, para empeorar un poquito más la situación, no tenía ni familia ni amigos que se preguntaran dónde me había metido. Los únicos que podían echarme en falta eran los compañeros de oficina, y tampoco. Primero, porque la inmensa mayoría no sabía ni mi nombre y segundo, porque para los pocos que sabían de mi existencia, yo iba a estar de vacaciones los próximos 15 días. Sin saber cómo, me había metido en un lío muy muy gordo...
Como ya habréis imaginado, nunca he sido el alma de la fiesta. Mi vida social es, ha sido y será, prácticamente inexistente. A pesar de estar rodeada de gente, nunca se me ha dado bien eso de hacer amigos. Soy la típica chica que siempre está sola. En el cine, en la barra del bar, en los museos... Mi obsesión, Edvard Munch, me mantiene ocupada cuando no tengo que trabajar. Me siento totalmente identificada con su obra. El Grito” o “Atardecer en el Paseo Karl Johan” son de mis preferidas, porque en ellas me veo reflejada. Parece que este hombre pintaba mi vida En cuanto hay alguna obra suya expuesta en museo de la ciudad allá que voy, me pasp las horas muertas observándolas. Sé todos los detalles de cada una de sus obras, la técnica usada, la gama cromática, su vida, sus manías... La verdad es que me hubiera gustado vivir en su tiempo para poder conocerlo. Seguro que era un tipo como yo, solitario, y raro a ojos de los demás.
El último recuerdo que tengo antes de despertar aquí es del viernes. Ese día, después de trabajar había ido a la biblioteca a devolver unos libros, y después al museo. Habían traído “El Grito”. Visto en la pared era aun más espectacular, transmitía la angustia y la soledad de una forma que casi la podía sentir en mi piel. Estaba embobada, sin poder quietar los ojos de él. Y el tiempo pasó, y no me di cuenta de que iban a cerrar. Así que un visitante se me acercó y me avisó. De él solo recuerdo su mano fría y contundente, porque al volverme para agradecerle el aviso, ya no estaba. Así que recogí mis cosas y salí del museo. Recuerdo que eran las 21h 30, el autobús no terminaba de pasar y me aburrí, sola en la parada, de modo que decidí cenar algo y tomarme una caña antes de irme a casa en taxi.
Ya cenada, entré en un bar donde tocaban Jazz en directo, y me quedé allí. Se estaba a gusto. El ambiente estaba en penumbra, nadie se fijaba si estabas sola o acompañada, nadie te miraba. Eras invisible.
Entre actuación y actuación, me pareció escuchar la voz del desconocido que me había avisado en el Museo, pero como no sabía cual era su rostro, ni miré. Pero él si me vio, porque a los pocos minutos estaba pidiendo permiso para sentarse en mi mesa.
Me sorprendió lo que vi.
Tenía sentado delante de mi a un muchacho de una belleza sin igual, muy pálido, con los ojos claros y el pelo muy negro. Como únicamente recordaba sus manos, no pude reprimir la curiosidad de mirárselas. Estaban muy cuidadas y parecían suaves. Me quedó la duda de si estaban frías o no.
Estaba extrañado de que una chica como yo se hubiera pasado la tarde mirando “El Grito”, y quería saber porqué. No supe qué contestar. Fue tan directo que me dejo fuera de juego en cuestión de segundos. No quería decirle que mi vida era patética, que mi familia había muerto y que tenía serios problemas para relacionarme con mis semejantes, de ahí que tampoco tuviera amigos, así que preferí callar. Pero él no estaba dispuesto a rendirse, e insistió. No podía entender que un viernes por la noche estuviera sola en un bar. Lo del museo, bueno, Munch es un artista un tanto especial y, o lo adoras o lo odias, no tiene término medio, pero esto escapaba a su comprensión. Así que, visto que no me iba a dejar en paz tan fácilmente, le conté lo justito como para que se callara. Que no me gustaba la compañía y que no tenía familia.
Parece ser que le sirvió, porque no preguntó más, pero decidió que su compañía si que me iba a gustar, estaba dispuesto a demostrarlo quedándose toda la noche conmigo. No tenía otro plan, así que acepté. Pasamos el rato hablando, entre caña y caña, de arte, de historia, de inventos... un sin fin de temas, algunos sin sentido, otros profundos... Era agradable.
Y a eso de 3 de la mañana, decidí que estaba cansada y me despedí. No hubo ni intercambio de teléfonos, ni ningún “ya nos veremos en el museo”, ni me acompañó coger un taxi... nada. Cada cual por su lado. Bueno, había estado bien sentirse “normal” por una noche.
Me encaminé a la parada de taxis, vacía. Llamé por teléfono para que me enviaran uno, imposible. Después de más de media hora, decidí ir andando. No es que viviera muy cerca de donde me encontraba, pero, como hacía muy buena noche y además, esta harta de esperar, me pareció una buena idea.
De camino a casa escuché gritos en el callejón paralelo a la calle por la que circulaba y me asusté. Aceleré el paso y unos 50 m. más adelante, Él, esperándome. Cuando menos, era raro.
Allí quieto, con su abrigo negro, su bufanda y su pelo al viento, parecía como sacado de una de estas películas antiguas cual héroe que espera a la dama para salvarla... me pareció, después del susto inicial, hasta romántico.
Al llegar hasta donde se encontraba vi en sus ojos algo que antes no estaba, y que no sabría expresar. Pero algo había cambiado.
Me tomó de la cintura y me empotró contra la pared de mi derecha, dejándome entre ésta y su cuerpo, y allí, sin apenas poder respirar me besó. Fue un beso violento, lleno de pasión que degeneró en otros besos igual de violentos por la cara y el cuello. La excitación que sentía era máxima. Nunca nadie me había besado de esa forma ... tan ... tan ... apasionada. Me sentía en el séptimo cielo, a punto de desfallecer y, al instante siguiente el cuello me dolía como si estuviera a punto de explotar. El dolor era tan intenso que debí desmayarme. Y del callejón a la silla, es todo un abismo negro.
Estaba tan concentrada en recordar cómo había llegado hasta aquí que no me di cuenta de que alguien me observaba desde las sombras de la habitación. Era él. Me miró fijamente, con una intensidad antinatural. Podía sentir cómo me atravesaba. Rodeó lentamente la silla en la que me tenía presa. Se me puso en frente y se sentó a horcajadas sobre mi. En sus ojos se vislumbraba un deseo tan inmenso que cualquier humano hubiera muerto solo por el esfuerzo de contenerlo dentro. Pero él no era humano y su deseo escapaba a mi comprensión. No me deseaba a mi, sino a algo que yo tenía. Me volvió a mirar, y su gélida sonrisa me estremeció. Se inclinó sobre mi cuello, aspiró profundamente, como si mi aroma lo volviera loco de placer y me mordió. Noté su aliento frío y el mismo dolor del callejón. Luego, nada, oscuridad y vacío.
Volví a abrir los ojos, y allí estaba, esperando pacientemente. Cada vez me sentía peor, más débil, y esa maldita silla ... estar siempre en la misma posición me estaba haciendo polvo. Y estaba segura de que él lo percibía, mi malestar, mi miedo ... No sabía cuanto llevaba allí, ni cuantas veces me había sometido a la misma tortura. Me había costado comprenderlo, pero ahora lo sabía, era un vampiro.
Cuando se lo pregunté, me sentí ridícula, pero su sonrisa diabólica me lo confirmó. Era un VAMPIRO!!! Estaba perdida, nunca, nunca saldría viva de ese cuarto.
De nuevo me mordió. De nuevo me sumí en la oscuridad y una vez más desperté. Pero esta vez estaba al borde de la muerte.
Miré al frente y allí estaba él, otra vez. Pero ahora, en vez de morderme, soltó las esposas de la silla pero me dejo un par de ellas atado a las muñecas. Me cogió en brazos, pasándose las esposas por el cuello, de modo que me obligaba a abrazarlo, y salimos de la habitación. Fuera era de noche y hacía mucho frío.
En cuestión de minutos, estábamos en mi casa. Yo ya no me cuestionaba las cosas, partiendo del hecho de que era un vampiro, todo podía pasar. Además, estaba muy cansada y muy débil como para intentar nada.
Me cuidó noche tras noche hasta que me recuperé. Y cuando estuve mejor, se marcho. Me dijo que me gustara o no, yo era suya, que tenía un alma oscura como la suya, y que esa alma era una mitad y que la otra mitad era la suya. Nunca estaríamos completos de no estar juntos. Cuando me encontró en el museo, no lo podía creer. Me Siguió, me olió, se aseguró de que fuera real. Le revolucionaba la sangre el hecho de estar cerca de mi. Me secuestró y me sometió al proceso de transformación de un alma oscura. Pero en el último paso, decidió dejarme libre ...
“Siempre has estado sola porque tu alma me esperaba a mi. Pero para estar conmigo eternamente deberás morir y transformarte en lo que yo soy. Es una carga inmensa, por eso, no podría perdonarme hacerte eso sin tu consentimiento. Si deseas estar conmigo, buscarme y te llevaré conmigo. Pero si no me buscas, no te molestaré”
Dicho esto, desapareció.
Estaba echa una pena. Mi cuello lo tenía lleno de moratones y mordiscos. La cara la tenía demacrada. Apenas podía andar. Seguramente habría perdido mi trabajo, y aunque quería odiar a ese ser, sentía un vacío tremendo ahora que ya no estaba. A pesar de lo que me había hecho, le echaba de menos. Igual era cierta la historia que me había contado.
Vague por las calles, pensando en él, buscándolo con la mirada en bares, cantinas y callejones. Nada. El dinero ahorrado poco a poco se me iba terminando. Mi estado de ánimo estaba cada vez peor. Iba a morir de pena. ¿Qué me había pasado?
Ya había tirado la toalla, no iba a buscar más y entonces ... Allí estaba, con una chica en los brazos, dejándola literalmente seca.
Me vio y automáticamente una sonrisa apareció en sus comisuras. Y me pareció el hombre más atractivo del mundo. Se acercó a mi, nos besamos cómo en la primera noche, de manera violenta y apasionada. Una vez más sentí el dolor agudo en le cuello y la muerte me vino a buscar. Pero antes de que pudiera llevarme, mi amor me rescató. Juntos para siempre. Adiós Soledad.
Mi nombre es Naya, soy La Novia del Vampiro.